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lunes, 28 de febrero de 2011

EFEMÉRIDES SANTIAGUEÑAS: 1 DE MARZO

1 de marzo de 1955: se hizo efectiva la intervención  federal por la que caducaron los tres poderes del Estado  y las autoridades comunales, poniendo fin al gobierno de Francisco Javier González.

jueves, 24 de febrero de 2011

EN EL ANIVERSARIO DEL NATALICIO DEL PADRE DE LA PATRIA

por María Mercedes Tenti

En un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad de José de San Martín, podemos destacar distintos aspectos de su vida y de su trayectoria tales como San Martín estratega, héroe de la independencia gobernante, ejemplo de renunciamiento, libertador de América.
Sin embargo hoy, en los comienzos del tercer milenio, inmersos en un mundo donde términos como globalización plantean una engañosa universalidad, nos interesa rescatar otro aspecto a veces poco difundido: el pensamiento de José de San Martín; pensamiento que conocemos a través de sus numerosos escritos y que nos muestra a un hombre comprometido con el tiempo que le tocó vivir, impregnado de su problemática, pero con una visión que va más allá y lo trasciende.
Si bien era un militar de carrera, un hombre educado en los cuarteles como él mismo decía, conoció los principios éticos y jurídicos que reglan las instituciones políticas. Por ello buscó la emancipación de los pueblos americanos por dos caminos: el de las armas y el de las ideas.
Su meta principal era lograr la independencia de América, pero consolidada con la unión de los pueblos. Por ello, para evitar la anarquía, fruto de las pasiones encontradas, se debía respetar la voluntad popular. En 1823 desde Mendoza, enterado de las agitaciones internas del Perú, escribía: “... sin perder un solo momento, cedan las quejas o resentimientos que puedan tener; reconózcase la autoridad del Congreso, malo, bueno o como sea, pues los pueblos lo han jurado: únanse como es necesario y con este paso desaparezcan los españoles del Perú”. La unión de los pueblos americanos para derrotar al enemigo común era imprescindible.
Para lograrlo, las instituciones debían estar en armonía con el carácter, educación, castas, religión y hasta con la ignorancia de la población. Por ello consideraba que los pueblos no debían darse las mejores leyes, sino las más apropiadas a su modo de ser. Su principal aspiración era, precisamente, alcanzar la felicidad de todos y, para conseguirla, se debía proclamar la independencia y organizar institucionalmente a los países americanos.
La idea de la unidad moral y material de la nación, presente en el pensamiento sanmartiniano, enlazaba a todos en el deber moral de salvar a la Patria, de fomentar la felicidad pública por encima de las diferencias de partido y conservar y defender el territorio nacional frente a ataques exteriores.
Otro tema interesante para considerar es el que se refiere al uso de la fuerza, tan común en nuestra América Latina y de cuyas consecuencias no podemos todavía salir indemnes. San Martín colocaba en el lugar más importante a las instituciones. Frente a la fuerza de las armas le importaba más la fuerza de la opinión pública.
Fue fiel a sus principios y al mandato de su época y de las poblaciones por las que luchó hasta el renunciamiento. Por ello continúa vigente como modelo de definición de vida su frase “Serás lo que deba ser o no serás nada”. Ese es el mensaje que queda latente para la juventud argentina. La juventud quiere y debe ser más, pero para serlo necesita vivir al calor de las grandes causas de entonces y de ahora: el afianzamiento de la independencia nacional, el respeto por la voluntad popular y el desarrollo del bienestar de la población.
La vigencia contemporánea de José de San Martín se dilata a medida que se intensifica el conocimiento de su pensamiento. Recordémoslo hoy intentando perfilar nuestra vida como sociedad civil, con la misma fuerza y objetivos con los que él definió la suya como hombre público. Intentemos campear las crisis, a las que debe enfrentarse permanentemente la república, rescatando valores que necesitan revitalizarse para evitar la fragmentación y el caos. Valoremos hoy, más que nunca, los principios sustentados por San Martín, de soberanía popular, respeto por la voluntad soberana del pueblo y por la opinión pública, unidad e independencia nacional y felicidad de la población por encima de las diferencias partidarias, para tratar de emprender, entre todos, la empresa colectiva de reconstrucción de la nación.

lunes, 21 de febrero de 2011

LOS ORÍGENES DE LA COLONIZACIÓN AGRÍCOLA EN SANTIAGO DEL ESTERO. El caso de Colonia Dora


por María Mercedes Tenti

Publicado: en Nuevas Propuestas Nº 31  (Pág. 79-92); Universidad Católica de Santiago del Estero; Santiago del Estero (2002).


Abstract
Los orígenes de Colonia Dora, la primera colonia agrícola santiagueña, se remontan a los albores del siglo XX. En corto tiempo se convirtió en un floreciente centro de actividad en la zona cruzada por el ferrocarril Buenos Aires - Rosario. Colonia Dora, a diferencia de las demás estaciones del ferrocarril se convirtió en polo de desarrollo por el proceso de colonización que la llevó a una expansión agrícola importante para la época y permitió el arraigo de inmigrantes europeos, italianos primero y judíos a partir de la segunda década del siglo XX, además de una mayoritaria población criolla.
El interés de este trabajo no radica en estudiar los años formativos de Colonia Dora desde una perspectiva meramente coyuntural, sino en abordarlos desde una estructura enmarcada dentro del panorama de la colonización agrícola de la época, además de gestora de vínculos sociales entre los primitivos habitantes.

Palabras claves

Colonización – agricultura – inmigración – ferrocarril – vínculos sociales -

Introducción

Los orígenes de Colonia Dora, la primera colonia agrícola santiagueña, se remontan a los albores del siglo XX cuando en 1.900 los fundadores, Antonio López Agrelo y José María Lastra, pisaron por primera vez la comarca, por entonces un desierto cercado de dificultades y amenazas. Sin embargo con el aporte financiero del primero y los sacrificios y emprendimientos del segundo, en corto tiempo esta colonia agrícola del sudeste de la provincia, se convirtió en un floreciente centro de actividad en la zona cruzada por el ferrocarril Buenos Aires - Rosario.
Colonia Dora, a diferencia de las demás estaciones del ferrocarril de San Cristóbal a Santiago y Tucumán, llamado luego General Mitre, se convirtió en un polo de desarrollo por el proceso de colonización que la llevó a una expansión agrícola importante para la época y permitió el arraigo de inmigrantes europeos, italianos primero y judíos a partir de la segunda década del siglo XX, además de una mayoritaria población criolla. Es necesario destacar que, a partir de la construcción de las vías férreas, se desató en casi toda la provincia, una explotación forestal intensiva, en contra de los cálculos primitivos que apostaban a que el ferrocarril iba a impulsar el desarrollo de colonias agrícolas[1].
Este trabajo - parte de otro mayor en preparación -, se circunscribe a los diez primeros años de la colonia. Debido a la escasez de documentación referente al tema la investigación se basa especialmente en la crónica de “El Liberal”, que a través de sus corresponsales seguía con atención los avances producidos en la naciente Colonia Dora, además de la bibliografía general y especial citada.
El interés no radica en estudiar los años formativos de Colonia Dora desde una perspectiva meramente coyuntural, sino en abordarlos desde una estructura enmarcada dentro del panorama de la colonización agrícola de la época, además de gestora de vínculos sociales entre los primitivos habitantes.

Nacimiento de Colonia Dora

La primera ley de colonización que se dictó durante la presidencia de Nicolás Avellaneda en 1.876 lleva el número 871. Ella contemplaba el desarrollo de colonia agrícolas, ya sea por parte del Estado en tierras fiscales, por empresas particulares, por iniciativas individuales, por acción de los gobiernos provinciales o por particulares. En Santiago del Estero el 10 de diciembre de 1.889 se dictó recién la ley provincial respectiva por la que se eximía de impuestos por diez años a las colonias que tuviesen más de 10 kilómetros cuadrados de superficie o de menos de 200 hectáreas en la zona de riego, con una población de 100 y 50 habitantes respectivamente[2].
Con la sanción de esta ley que alentaba la colonización  se inició en la provincia la adquisición de tierras con destino a la conformación de colonias agrícolas. En 1.891 Antonio López Agrelo adquirió a la Sociedad Territorial y Agrícola Brasil[3] el terreno donde surgió posteriormente Colonia Dora, la primera colonia agrícola santiagueña, ubicado a dos leguas de Icaño, paraje conocido a principios de siglo como La Manga por los pobladores de la región.

Antonio López Agrelo, el propietario de Colonia Dora

El Liberal del 7 de mayo de 1.907 transcribe fragmentos de “La Argentina Industrial”, importante revista editada en Buenos Aires, que dedicó un espacio al propietario de Colonia Dora don Antonio López Agrelo, en la ‘Galería de hombres distinguidos’ que publicaba. A través de ellos podemos conocer quién era el empresario que apostó al desarrollo de esta zona del sudeste santiagueño.
Antonio López Agrelo había nacido en la ciudad portuguesa de San Mamede de Riba Tua e inició su carrera industrial en 1.877 constituyendo la fábrica de bolsas que llevó su nombre en un principio y que luego se convirtió en la Sociedad Anónima La Primitiva. Con Juan Bernardo Iturraspe y otros se dedicó a la colonización  de tierras en Santa Fe, dejando luego activas colonias prósperas y florecientes. Se desempeñó como presidente de la Sociedad Puerto de San Nicolás, también ejerció la presidencia de la Sociedad de Minas Matto Grosso y fue fundador de la compañía de seguros La República.
Fue promotor y sostenedor de la Sociedad  de socorros mutuos portugueses y en recompensa de estos y otros  servicios prestados a su patria, el gobierno de Portugal le otorgó títulos de nobleza y misivas honoríficas y lo nombró encargado de negocios de Portugal ante los gobiernos de la República Oriental del Uruguay  y de la Argentina, sin remuneración pecuniaria alguna[4].
Como por sus múltiples actividades no podía atender personalmente lo atinente a la instauración  y organización de la nueva colonia santiagueña, encomendó esta tarea a José María Lastra, hombre del que se desconoce su procedencia y accionar anterior, pero que tuvo una destacada actuación en todo lo referente a la conformación y asentamiento de la colonia.

Los primeros años de la Colonia Dora

Ya a fines de 1.901 la naciente Colonia Dora[5] poseía  una casilla de madera a guisa de estación a donde todavía no se tomaba boleto de pasaje pero sí se despachaban cargas y telegramas por intermedio del jefe, único personal. Al principio sólo se enviaba  mucho y buen carbón, a pesar de que en los terrenos de la colonia -que abarcaban una extensión de 15 leguas con 2.000 has. cultivadas-  crecían lozanos maizales, algún tipo de trigo, alfalfa, mucha sandía, melones y zapallos.  También había plantaciones de maní y porotos[6], poco desarrollados en la provincia.
Desde principio de 1.902, la empresa colonizadora  comenzó a vender terrenos (de 25 m.  por 60) a plazos y condiciones moderadas para la construcción de viviendas. La edificación fue tomando vuelo poco a poco, particularmente alrededor de la estación, substituyendo a la ranchería casitas de regular apariencia. Coronaba este pequeño núcleo la mansión de José Lastra de construcción moderna. El comercio estaba representado por cuatro casas de negocio de Carlos Vidal, Esteban Venetto, Carlos Roquette y L. Contreras y Cía. La primera, regenteada por Enrique Vidal, giraba bastante capital. La estación  del ferrocarril consistía en una casilla de madera. Estaba calificada como ‘desvío’,  pero había cobrado importancia al ser ya no solamente estación de carga sino también de  pasajeros.
Con la venta de terrenos fue transformándose lentamente en colonia propiamente dicha ya que comenzó a haber colonos, además de aparceros. Las tareas agrícolas  tenían  dos enemigos insuperables: el subsuelo seco y el clima poco lluvioso. La cuestión del agua era de palpitante interés público y entrañaba un problema que arrojaba sombras sobre el porvenir de la colonia. Desde un primer momento se  cavaron algunos pozos, desde los que se extraía poca agua buena a la profundidad de 10 o 12 metros. El río había  mermado bastante de caudal y, en consecuencia, los canales que arrancaban de sus orillas no alcanzaban a regar sino una zona muy limitada de las chacras. Por entonces  la empresa del ferrocarril estaba haciendo construir un gran estanque de 80 m. por 60 m. con 3 de profundidad que aspiraba a represar aproximadamente  14.400 metros  cúbicos de agua. A pesar de que la presa quedó colmada en octubre de ese año, el agua no duraba porque como era nueva, resumía en más de la mitad.
Para 1.902 calculábase una población de  500 habitantes y el censo escolar levantado por entonces, arrojaba poco más de setenta niños en el radio de un kilómetro, aunque aún no tenía escuela. Dora era colonia maicera por excelencia. Sin embargo, la explotación del carbón y corte de algunas maderas, ocupaba más de 150 peones.[7]

La vida social en la naciente colonia

A pesar de los ingentes sacrificios que demandaba a los pioneros de la colonización estas alejadas tierras del sudeste santiagueño - sólo unidas a la ‘civilización’ por el ferrocarril -, por impulso de sus pobladores, especialmente de los inmigrantes que llegaron con un gran  bagaje de esperanzas por conseguir un mundo mejor, no faltaron  oportunidades para organizar alegres veladas que les servía de  aliento y estímulo a las tareas diarias.
La colectividad italiana proyectaba cada año los festejos del 20 de septiembre para conmemorar la entrada de las tropas italianas a Roma, como una forma de preservar sus tradiciones y acercarlas a la vez, a los demás pobladores.  El  corresponsal de El Liberal con sus minuciosas descripciones permite recrear la vida social en la colonia.
El amanecer del XX de 1.903 –relata- fue saludado con bombas, ante la algarabía del pueblo que se sentía así integrado, quizás, al resto del mundo. El tren de las 6 trajo la orquesta contratada para los festejos y al vecindario de Herrera y Lugones que se sumaba a la celebración. A las 9 arribó  el convoy de zorras y carros conduciendo a la gente de Icaño que fue saludada con vivas y aplausos. El acto se inauguró en una carpa instalada en el campo por la comisión, con ayuda del inspector del ferrocarril  Mr. Hemes. Antonio Giura, secretario del grupo organizador de los festejos, abrió la lista de oradores. Luego habló el joven Carlos Lastra, hijo del administrador y estudiante de derecho, con sentidas frases de confraternidad ítalo-argentina.
 Una compacta columna recorrió las calles hasta la estación,  donde la Sra. Ángela de Giura subió a un banco y pronunció una alocución  patriótica en castellano con dejos de italiano, que hizo arrancar lágrimas a muchos de los presentes. De regreso se sirvió un lunch. Para el almuerzo se trasladaron a la casa del comerciante Amado Neme pues el viento fuerte parecía hacer querer volar la carpa. José Lastra y Antonio Giura habían sido los principales organizadores de los festejos ayudados por Esteban Venetto y el inspector del tráfico ferroviario,  Hemes, que asistió desde Ceres para participar de las fiestas. La población entera había sido  embanderada con banderas argentinas e italianas como símbolo de la comunión de razas y culturas[8].
La utilización de la hemeroteca de El Liberal como fuente resulta en este caso de incalculable valor ya que en la actual ciudad de Colonia Dora no se conserva documentación de sus primeros años. Los aportes de la señora Lía Sánchez de Oliva en pro de la recuperación de la memoria colectiva resultan también significativos.

Los progresos agrícolas

La única colonia netamente  agrícola de la provincia por entonces, crecía lentamente ante el asombro de los santiagueños que veían en la ‘fiebre’ del obraje la única opción para su desarrollo económico[9]. La vista de los grandes sembradíos impactaba al cronista. Los extensos maizales, la alfalfa que crecía lozana, el algodón, los frutales, demostraban  que el esfuerzo individual podía sacar mucho provecho de los terrenos de la región.
En 1.904 Colonia Dora había  incrementado su población  y aumentado los cultivos. El núcleo de casas crecía considerablemente  alrededor de la estación  en una superficie  de 54 has. y 63 as.  que eran las destinadas a planta urbana del pueblo, aparte de las 207 has. y 47 as. para chacras. Una gran represa construida en 1.901 surtía de agua a la empresa ferroviaria, estando alimentada por uno de los canales de la colonia. La casa habitación del administrador se hallaba a 300 metros de la estación, con frente a la vía férrea y precedida de una ancha avenida. La población contaba con varias casas de negocio al menudeo.
El centro agrícola distaba nueve kilómetros del río Salado y once de la estación Icaño. Estaba dividido en tres secciones y la extensión cultivada alcanzaba a 1.825 has. de los siguientes cultivos:  maíz 1.500 has., trigo 200, algodón 25 y alfalfa y otros 100 has. Las perspectivas del cultivo de maíz eran excelentes y  los sobrantes de la cosecha del año anterior  habían influido para abaratar su precio en 25 centavos los 10 Kg. Contaba con dos canales que derivaban agua  del río, ambos con un recorrido de 10 Km y con capacidad de regar 3.157 has. Cada uno tenía su correspondiente compuerta cerca de la bocatoma. El agua de pozo, de excelente calidad, se obtenía a 4 metros y medio de profundidad.
El elemento criollo era el único  ocupado en la colonia. Por entonces la propiedad tenía 670 arrendatarios que pagaban $6 al año por derecho de residencia, más $0,50 por cada vacuno que poseían  y $0,15 por cada cabeza de especies menores. A los campesinos que querían sembrar en la zona de la colonia les costaba  $6 el arriendo de cada hectárea regada por cosecha[10].
El cultivo principal era el maíz que alcanzaba cerca de 1.500 has., calculándose la cosecha de 1.904 en  6.750.000 Kg de los cuales era muy difícil  obtener salida por la falta de mercados y por el bajo precio de dicho renglón. La elección  de este sembrado había sido hecha con la oposición del administrador de la colonia  que quería imprimir nuevos rumbos a los cultivos.
La crecida cantidad de maíz plantado y la mala perspectiva que ofrecía su colocación  precipitaron la acción de  José María Lastra en la búsqueda de una solución al problema a través del impulso de la siembra de alfalfa y  algodón. Para la alfalfa, el terreno y clima de Santiago eran propicios. La ubicación de Dora, mucho más cercana del Litoral que los grandes alfalfares de La Banda constituía una ventaja, permitiendo la competencia en los mercados santafecinos con los similares cordobeses. Por otra parte, los 9 o 10 cortes que se daban  al año y la excelente calidad del artículo, invitaban a enfardar y presentarse en los centros consumidores vecinos. Por estos motivos ya se habían empezado a cultivar 100 has. de alfalfa. Respecto al  algodón,  la semejanza de nuestro clima con el del Chaco y Paraguay, la bondad del terreno y las facilidades para la colocación,  así como el buen precio, hacían concebir halagadoras esperanzas en este cultivo. Se habían sembrado 25 has. como ensayo, siendo notable el desarrollo de las plantas[11].
Decidido a cambiar la orientación de los sembrados en la colonia, el administrador encaró con empeño la siembra del algodón en medio de expectativas y esperanzas de los pobladores del departamento, ya que el comercio se encontraba paralizado. Dora era el único lugar de la provincia donde se habían  hecho ensayos de importancia en este cultivo. En este sentido José M. Lastra, era un verdadero pionero que insistía y perseveraba. Todos tenían fe en que triunfaría en toda la línea (afirmaba El Liberal) y que la provincia le reconocería el título de haber sido el primero en abordar el cultivo de una ‘industria’ llamada a jugar un rol importante en la vida económica de Santiago [12]. Con el tiempo su visión pudo concretarse aunque más en otras comarcas.
Al poco tiempo, la siembra del algodón estaba en su apogeo y en muchos sitios las plantitas iban asomando a la superficie. En la quinta del administrador se habían sembrado como ensayo porotos y garbanzos[13].  Las nuevas perspectivas impulsaban el progreso de la zona. Así comenzó a alambrarse la parte correspondiente al centro agrícola con sus respectivos puentes y tranqueras, mientras los algodonales crecían altos y erguidos. Paralelamente se vendieron varios solares más del pueblo y empezaron a construirse algunos edificios de material al costado de la vía férrea. En 1.904 ya funcionaba la escuela primaria que fue visitada por el inspector de escuelas Federico Lannes, quien en vista de las pocas comodidades que ofrecía el local escolar, convocó a los vecinos a contribuir pecuniariamente para la construcción  de un nuevo edificio[14].

 Trazado y riego de la colonia
A principios de 1.905 y como resultado de la labor desplegada,  Dora tenía alambradas 1.600 has. de terreno y desmontadas alrededor de 3.000. Sobre esa extensión se realizó el trazado de calles que se cortaban perpendicularmente de este a oeste y de norte a sur. Dos acequias principales  formaban la base del sistema de irrigación  ideado por  Lastra y habían merecido la aprobación del presidente del departamento topográfico  Francisco David. Dichas acequias eran amplias lo que permitía llevar un buen caudal de agua. Servían de surtidoras y desagotadoras y tenían un juego de hijuelas como una red sobre la extensión  cultivada.  Se pensaba prologar la acequia Nº 1 hasta Icaño. El riego abundante permitía el progreso de los cultivos, especialmente del algodón que ondulaba en 25 cuadras. Entre otros sembradíos  figuraba en primer lugar el maíz, que abarcaba grandes extensiones. Había también hectáreas de alfalfa, melones, sandías y zapallos de excelente calidad.
Ante los  evidentes progresos alcanzados por la colonia, el propio el gobernador de la provincia -el doctor José D. Santillán- acompañado de  su comitiva, visitó el lejano paraje. Fue recibido por el administrador que le informó en detalle lo más sobresaliente de la misma. A los progresos agrícolas y comerciales había que sumar los primeros intentos de manufacturas. Por entonces funcionaba una fábrica de licores de Schwarz cuya especialidad  la constituían los refrescos y aperitivos. Allí se los elaboraba  y embotellaba.
En todas las faenas se destacaba el obrero criollo. Las apreciaciones de Lastra respecto al peón santiagueño eran elocuentes: “Es bueno, fuerte, sano y honrado; hay que saber tratarlo con las consideraciones debidas, no abusar de su rango y cumplir fielmente las obligaciones con él contraídas. Yo estoy rodeado de puro elemento criollo y me siento de ello altamente satisfecho”[15].

Progresos económicos y sociales

De año en año los progresos de la colonia eran alentadores y saltaban a la vista. Al desmonte de una gran extensión  sucedió el trazado de nuevas quintas, muchas de las cuales  estaban alambradas y con plantaciones. La acción del trabajo se extendía hacia el oeste de la vía. En esa dirección se había delineado el terreno para la granja que sirvió de marco al chalet del propietario de la colonia, obra  iniciada en 1.906.
La actividad era febril. La construcción de compuertas, acequias, caminos, puentes, etc. progresaba día a día. La alfalfa alcanzaba un desarrollo importante, al igual que el maíz. El alumbrado público - 20 lámparas de alcohol carburado, en postes con faroles - contribuía al embellecimiento del pueblo como síntesis de progreso. Además de las actividades primarias se desarrollaban también las secundarias y las de servicio: un aserradero de Tiscornia, las instalaciones de corte de ladrillo de Lastra, el campamento de elaboración de carbón y leña de Antenor Acosta, la casa de comercio de Neme, acrecentaban el ritmo comercial e industrial. Sólo la escuela ponía una nota disonante en el cuadro de prosperidad. La obra del edificio escolar estaba paralizada y la enseñanza se impartía en un desvencijado cuartujo. En la faz religiosa, el propietario de la colonia había prometido la  construcción  de un templo[16].
A pesar de haberse organizado centros obreros en Icaño y Dora[17], en esta última localidad los movimientos de los trabajadores no tuvieron repercusión como en otras partes de la provincia, tales como la Capital, La Banda o Colonia Pinto. En diciembre de 1.906, un grupo de peones del aserradero de Icaño que se encontraban en huelga desde hacía varios días apoyado por la Unión General de Trabajadores (UGT) de La Banda fue en gira de propaganda hacia Colonia Dora, pero a las pocas horas regresaron sin conseguir que los obreros del aserradero de ésta hicieran causa común con ellos, pues los de allí –decían-  se creían en condiciones distintas a las planteadas por los visitantes. Consideraban que en la colonia el trabajador, con pocas excepciones, era propietario de un pedazo de suelo por pequeño que fuera, al que dedicaba parte de su tiempo y vivía contento con su familia[18].

Las celebraciones patrias

Si bien las celebraciones de la colectividad italiana brillaban por su organización y la participación de todo el pueblo, las fechas patrias como el 25 de mayo o el 9 de julio se destacaban dentro de las más caras al sentimiento de nacionalidad que se gestaba entre criollos e inmigrantes. Daba gusto ver el remolineo de gente que había bajado de los diferentes puntos de la colonia y que recorría las calles del pueblo embanderado formando un alegre conjunto de vida y movimiento en ocasión del 9 de julio de 1.907.
El Liberal calculaba en 5.000 personas las que se reunieron entonces, manteniendo un constante ir y venir a pie y a caballo desde las primeras horas de la mañana hasta la noche. Carreras, bailes y disparos atronadores de bombas y cohetes fomentaban la alegría en el  paisanaje sin que se produjera una nota discordante ni  asomo de desorden. La culminación  fue la fiesta que se celebró por la noche en la escuela y mediante la cual la directora pudo exhibir el adelanto de sus alumnos en el corto tiempo que ella los dirigía.
Habló también  el administrador José María Lastra. Había verdadero interés por escuchar a este hombre que era allí algo así como un patriarca, rodeado de una aureola de envidiable prestigio, según lo afirmaba el cronista. Nunca se lo había oído pronunciar discursos pero existía la predisposición  favorable respecto a su desempeño en caso de poner manos a la obra. Se le antojaba a la gente que quien sabía fundar pueblos  “...debía saber también levantarles el espíritu con la manifestación de sentimientos que se descontaban por la virtud de su sinceridad y de su altruismo”. Y así fue en efecto: “El pueblo delirante de entusiasmo lo aplaudió un largo rato, tributando un digno homenaje a su cabeza directriz, a su guía y compañero”. Habló también el escribano Flores Navarro y el señor Agustín Somorrostro[19], ambos caracterizados vecinos.

Altibajos

Sin embargo no todo eran fiestas y progreso. Las grandes cuotas de sacrificio invertidas no siempre fructificaban en la medida de lo aportado. Sequías prolongadas y la presencia de grandes mangas de langosta empañaban el cielo de progreso y prosperidad. En 1.907 la agricultura pasaba por un momento crítico de grandes sequías. La mitad del maíz sembrado en la colonia que alcanzaba a un crecido número de hectáreas, se perdía irremediablemente. La industria carbonera tenía también etapas de decadencia pues los fabricantes trabajaban según las fluctuaciones del mercado y en ocasiones a pura pérdida, según decían. Ante la falta de trabajo gran número de peones tenía que emigrar  para laborar en la recolección  de la cosecha de las colonias santafecinas.
Sin embargo, todas estas dificultades no ponían coto al avance urbanístico. La construcción de casas en la planta urbana de la población  no  cesaba, había varios edificios en construcción y otros en proyecto. El destinado a la escuela pública  estaba prácticamente terminado. En la esfera político-administrativa se había constituido  una comisión municipal aunque hasta 1.907 todavía no había entrado en funcionamiento[20].

Fin de un período

José María Lastra había administrado  la colonia desde su fundación.  A fines de 1.907 más de 800 familias subsistían del trabajo en ella generado. Como por decisión del propietario debía terminar su período de administración,  el 31 de diciembre quisieron los habitantes  solemnizar el suceso con el obsequio de medallas conmemorativas al propietario y al administrador. Ellas iban a ser entregadas en Buenos Aires por los diputados Napoleón Barraza y Ernesto Quadrio, comisionados al efecto.
Las medallas eran de oro y llevaban el retrato del obsequiado grabado en un lado y en el otro la siguiente inscripción:  “1.900-1.907- El pueblo de Colonia Dora a su fundador y propietario Antonio López Agrelo”; “1.900-1.907 - El pueblo de Colonia Dora a su fundador y administrador José María Lastra”[21].
Las medallas iban acompañadas de la siguiente nota: “Colonia Dora, diciembre 29 de 1.907. Sres. Antonio López Agrelo y José María Lastra. Buenos Aires. Distinguidos Sres.: La fundación de Colonia Dora es obra del esfuerzo de Uds. en su carácter de propietario el primero y de administrador el segundo: dos fuerzas que movidas por un solo impulso, inspiradas en un solo sentimiento de grandeza general, unieron capital, cabeza y corazón y se lanzaron a la conquista de estas desiertas selvas para edificar en ellas un pueblo y obtener el bienestar de sus habitantes.
Siete años han bastado desde 1.900 hasta el presente para que el triunfo coronara la empresa. Celebrando tan auspicioso suceso, incorporadas al progreso de la república solemnizarán el próximo 31 del mes haciendo entrega a Uds. por mano de los Sres. diputados nacionales don Napoleón Barraza y don Ernesto Quadrio, comisionados por este Centro Unión y Progreso, que lo formamos todos, dos medallas conmemorativas, que nos darán la honra de conservar como un recuerdo de un pueblo y testimonio de gratitud y respeto de sus moradores.
Salúdalos con tal motivo. Anacleto Oliva, presidente, D. Flores Navarro, Secretario”.
Con fecha 31 de diciembre contestó Antonio López Agrelo, manifestando haber recibido ya la medalla y destacando al Centro Unión y Progreso “que tantos servicios presta al desenvolvimiento moral e intelectual del pueblo de Colonia Dora, en su más expresivo agradecimiento. Si bien es cierto -agregaba Agrelo- que no he evitado sacrificios para conseguir que Dora figure entre los primeros pueblos de la provincia de Santiago, es cierto también, y con orgullo lo veo que ese pueblo sabe secundar esos sacrificios; y por sus adelantos y cultura social conseguirá dentro de poco el puesto prominente a que con derecho aspira”.
Terminaba la nota expresando su gratitud a todos y cada uno de los asociados del Centro Unión y Progreso por el importante obsequio recibido con motivo del séptimo aniversario de la fundación de Dora. En similares términos contestó José M. Lastra a la distinción de la que fue objeto[22]. Como vemos, los primitivos pobladores de Colonia Dora consideraban sus fundadores al dueño de la colonia, López Agrelo  y al administrador Lastra.

Una nueva etapa

Antonio López  Agrelo (hijo), sucedió a Lastra en la administración y dirección. Sin embargo no terminaba allí la actuación de quien había dedicado siete años al progreso de este importante centro agrícola. José María Lastra había sido propuesto por el gobernador Pedro Barraza como jefe departamental. Una vez concluido su mandato en la colonia aceptó finalmente el cargo y fue nombrado jefe político del departamento 28 de marzo. El nombramiento fue recibido con beneplácito en la zona ya que en general, la mayoría coincidía  en que Lastra era un hombre intachable para el cargo y que el gobierno podía sentirse orgulloso de contar con un funcionario como él.
“Fundador de un pueblo, mentor y guía de sus habitantes, el hombre estaba ya consagrado por el consenso público como jefe político del departamento”.  El gobierno no había hecho más que dar sanción legal a lo que ya se había encarnado en la conciencia de todos. “Decir Lastra por esos lugares, era decir redentor”, publicaba El Liberal y agregaba que sólo había que formular un voto: “que no salga crucificado[23].
El 16 de enero de 1.908 en Herrera se realizó la fiesta con motivo de la transmisión del mando. El jefe político saliente, Juan Paz, pronunció el discurso para entregar el cargo y luego contestó Lastra. A pedido del público hablaron Pedro Fernández en nombre del vecindario de Herrera y Flores Navarro en el de los moradores de Colonia Dora. Luego hubo banquete y baile. Como pocas veces en el período, caracterizado por la corrupción, el fraude y las influencias políticas de la camarilla gobernante, asumía la jefatura departamental un hombre que contaba con la conformidad de la mayoría, galardonado con méritos propios y de una reconocida honradez[24].

Colonia Dora al final de la primera década del siglo XX

Superada la etapa de sequía, la llegada a principios de 1.908 de Antonio López Agrelo (h), coincidió con un nuevo impulso al desarrollo de la floreciente colonia agrícola.  La cosecha de maíz estaba completamente salvada, así como la de frutas. La alfalfa seguía con un crecimiento sorprendente que permitía que los cortes se sucediesen cada veinte a veinticinco días, levantándose inmensas parvas para enfardar el año próximo, época en que el forraje sería exportado al Brasil.
El arribo del nuevo administrador se anunciaba con el aumento del presupuesto y una partida de dinero destinada a préstamos en cuenta corriente a fin de facilitar el cultivo de la alfalfa a los propietarios de tierras fraccionadas. También se esperaba comenzar a sembrar trigo y maní con el propósito de explotar en gran escala, y establecer luego un molino y una fábrica de aceite a fin de utilizar la materia prima de esos cultivos[25].
Dos kilómetros antes de llegar a la colonia ya se notaban los desmontes y sembrados de maizales y otros cultivos. Era una colonia agrícola digna de admiración, todo obra de siete años de activa labor y del riego que deparaban las lagunas del Bracho alimentadas con agua del Salado. Los sembradíos eran importantes. Estos se apreciaban en 1.800 has. cultivadas de maíz y alfalfa, en su gran mayoría perteneciente a los colonos. La administración tenía 70 has. de maíz con destino al consumo y se disponía a sembrar 200 has. más de alfalfa. Los colonos también comenzaban a dar preferencia a esta forrajera. Se habían hecho ensayos de maní, con excelente resultado. La administración contaba con dos enfardadoras: una con capacidad para hacer 200 fardos y la otra 100 fardos diarios. Entre los buenos productos de Dora figuraban también los melones. Funcionaban  tres pozos que extraían agua de la primera napa con otros tantos molinos de viento. Uno de éstos proveía de líquido a las instalaciones de la granja por medio de cañerías.
El establecimiento contaba con un excelente plantel de reproductores y animales finos. Los equinos y porcinos de raza estaban bien instalados en secciones y departamentos especiales. Entre los buenos ejemplares de reproductores figuraban dos burros, que habían costado $1.500 y $2.500 respectivamente. El nuevo administrador montaba un potro alazán de pura sangre, destinado a dar excelentes hijos. Había alrededor de 100 chanchos algunos de gran peso y volumen.
La edificación se había extendido. Ya no se trataba de un villorrio sino de un centro rural importante que contaba con un elegante chalet, magnífica mansión del acaudalado propietario de la colonia y tan lujosa como las mejores de la capital. Un edificio para escuela elegante y cómodo que estaba a punto de ser terminado. Este último había costado al erario alrededor de $23.500. En breve iba a comenzar  la construcción del edificio para la estación.
La valorización de la tierra marchaba paralela con el progreso de la colonia. El año anterior, Agrelo había vendido los dos últimos lotes de chacra vacantes con frente a la línea del ferrocarril  a $150 la ha., compradas por Pedro Bolsen inspector de tráfico de la sección de Sunchales, del ferrocarril Buenos  Aires  - Rosario.
Dos grandes acequias que arrancaban del canal madre que se surtía de una de las lagunas del Bracho constituían la base del sistema de riego establecido en la colonia. Una avanzaba de este a oeste y otra de norte a sur. De ambas acequias se bifurcaban las hijuelas que servían para regar los cultivos. Como el agua procedía del Salado, en épocas de sequía el riego de la colonia se resentía en razón directa de la disminución o agotamiento del caudal del río, pero no en las proporciones de los demás puntos favorecidos por esa corriente debido a que la laguna del Bracho, que era extensa, se llenaba con las crecientes, permitiendo  proveer al riego durante bastante tiempo, por más que después la corriente del Salado tendiese a agotarse[26].
El nuevo edificio escolar estaba terminado a mediados de 1.908, aunque sin ser ocupado. Por primera vez, para las fiestas julias, se corrieron carreras en el hipódromo que Agrelo había hecho construir. Por la noche se quemaron fuegos artificiales traídos desde Buenos Aires[27].

La inmigración judía

Si bien el presente trabajo tiene como objeto indagar el período formativo de Colonia Dora, y sin pretensión de realizar un análisis más profundo de la fase posterior, es interesante destacar que a partir de 1.910 se inició en la colonia una nueva etapa caracterizada por la llegada de inmigrantes rusos que establecieron, posteriormente, una colonia judía con cementerio y sinagoga propios[28].
Ese año de 1.910, la Jewish Colonization Association adquirió 1.980 hectáreas a orillas del río Salado con el propósito de fundar una colonia al estilo de las colonias que tenía la colectividad en Santa Fe. Los nuevos inmigrantes se dedicaron desde un principio al cultivo de maíz y alfalfa y, en menor escala, al de algodón. Los cultivos frutícolas y hortícolas se desarrollaron sólo para las necesidades personales debido al suelo salitroso.
Sin embargo, las dificultades surgidas como consecuencia de la irrigación, los desbordes del río y el drenaje insuficiente, provocaron muchas veces la pérdida de los alfalfares y el desaliento de los colonos. Por estas y otras causas a partir de 1.917 comenzó el éxodo paulatino de muchos de ellos. En 1.920 quedaban solamente veinte colonos. La experiencia había dejado un saldo negativo.

Conclusión

La experiencia agrícola de Colonia Dora permitió un desarrollo en la línea del ferrocarril Buenos Aires - Rosario distinto al producido en las otras estaciones del mismo ramal. La fiebre del obraje no fue la impulsora de esta población, sino la visión progresista de su propietario que apostó a invertir en una zona en principio árida y desierta pero que, con el correr del tiempo, se transformó en un importante polo de desarrollo que atrajo a corrientes inmigratorias provenientes de Rusia, por intermedio de la Jewish Colonization Association[29].
En Colonia Dora, a diferencia de lo sucedido con la colonización en la zona del Litoral, muchos de los trabajadores fueron convirtiéndose en propietarios de terrenos donde construyeron sus viviendas, aunque continuaban con el régimen de arrendamiento de las tierras que trabajaban.
Mientras hubo agua para riego, la colonia floreció. Sin embargo su prosperidad no duró mucho al aumentar el número de regantes y disminuir la provisión de agua del Salado, como consecuencia del incremento de su aprovechamiento no solamente en la propia colonia sino en los pueblos vecinos como Pinto, Icaño y otros. A esto debemos sumar, grandes períodos de sequía y el recorrido que debía realizar el agua por zonas estériles y salitrosas que absorbían el líquido vital para el desarrollo agrícola y para la vida de sus habitantes.
Otro elemento en contra fue la explotación intensiva de la agricultura que llevó a la búsqueda de nuevas tierras que reemplazaran las superficies agotadas. Para ello, los colonos debían realizar mayores inversiones e intensificar la explotación, hecho que no siempre era posible teniendo en cuenta la demanda del mercado, el incremento de los precios, el aumento de los salarios y las pérdidas a que se veían expuestos por causas fortuitas tales como sequías, langosta, etc.
Finalmente se debe destacar que el desarrollo inicial de la colonización en Santiago del Estero, en el caso particular de Colonia Dora, se debe encuadrar dentro del marco de los emprendimientos privados, ya que los gobiernos provinciales, tanto conservadores como radicales,  no apoyaron las iniciativas de los colonos que se vieron librados a su suerte y sujetos sólo al apoyo que podían encontrar en sus propias organizaciones.

Fuentes y bibliografía

-          Archivo General de la provincia de Santiago del Estero, Compilación de leyes, decretos y resoluciones, Tomo III.
-          Boletín Oficial de la provincia de Santiago del Estero, 1.911-1.917,
-          Brasky Osvaldo, Ciafardini Horacio y Cristiá Carlos Alberto; “Producción y tecnología en la región pampeana”; en Primera historia integral; N* 28; Centro Editor de América Latina; Buenos Aires; 1.980.
-          El Liberal; años 1.900 a 1.918. Santiago del Estero.
-          El Liberal; 25 aniversario; 3 de octubre de 1.923. Santiago del Estero.
-          Fazio, Lorenzo, Memoria descriptiva de la provincia de Santiago del Estero; Cía. Sud-Americana de billetes de banco; Buenos aires, 1.889.
-          Kusnir de Winkler, Liliana; “Los forjadores del cereal”; en Primera historia integral; N* 27; Centro Editor de América Latina; Buenos Aires; 1.980.
-          La Argentina industrial; 7 de mayo de 1.907. Buenos Aires.
-          Panettieri, José; “La política inmigratoria”, en Polémica, Centro editor de América Latina; Buenos Aires, 1.988.
-          Primera historia integral; Centro Editor de América Latina; Buenos Aires; 1.980.
-          Sánchez de Oliva, Lía;  Frías, Benjamín; Cuaderno para una Historia de Santiago del Estero Colonia Dora, Departamento Avellaneda;   N* 2;  Ministerio de Gobierno; Dirección General de Cultura de la Provincia; Santiago del Estero; 1.970.
-          Sánchez de Oliva, Lía; “Homenaje a don Antonio López Agrelo”;  Municipalidad de Colonia Dora (Santiago del Estero); 1.994.
-          Tenti de Laitán, María Mercedes; “La agricultura en Santiago del Estero antes y después del ferrocarril”; en Todo es Historia N* 283. Buenos Aires; enero de 1.991.


[1] Cuando se conformó la Colonizadora Argentina, de propiedad de Tristán Malbrán y Vicente L. Casares, generó expectativas sobre la conformación de una colonia agrícola, tal como lo manifiesta Fazio en su Memoria descriptiva, pero, contra todos los cálculos previstos, se ocupó fundamentalmente de la explotación del bosque.
[2]Archivo General de la Provincia de Santiago del Estero. Compilación de leyes, decretos y resoluciones, Tomo III.
[3]El liberal; “Colonia Dora”;  25º Aniversario; 3 de noviembre de 1.923.
[4]Ibídem; 7 de mayo de 1.907.
[5] No se sabe con exactitud el origen del nombre de la colonia. La tradición oral recoge la versión que su propietario, López Agrelo, la había bautizado así en honor a su esposa, de nombre Dora.
[6]El Liberal 29 de noviembre de 1.901.
[7]Ibídem; 22 de agosto de 1.902.
[8]Ibídem; 21 de setiembre de 1.903.
[9]Con posterioridad a la creación de Colonia Dora fueron fundadas otras colonias. En 1.912, Real Sayana, en el departamento Avellaneda, propiedad de Gabriel Lagleyze, y Colonia Urdaniz en el departamento Silípica, surgida tiempo después. Ambas se dedicaban especialmente al cultivo del algodón con bastante éxito.
[10]El Liberal; 22 de febrero de 1.904
[11]Ibídem; 25 de febrero de 1.904.
[12]Ibídem; 25 de agosto de 1.904.
[13]Ibídem; 26 de setiembre de 1.904.
[14]Ibídem; 3 de noviembre de 1.904.
[15]Ibídem; 25 de enero de 1.905.
[16]Ibídem; 6 de setiembre de 1.906.
[17]Ibídem; 14 de octubre de 1.904.
[18]Ibídem; 18 de diciembre de 1.906.
[19]Ibídem; 11 de julio de 1.907.
[20]Ibídem; 14 de diciembre de 1.907.
[21]Ibídem; 28 de diciembre de 1.907.
[22]Ibídem; 8 de enero de 1.908.
[23]Ibídem; 4 de enero de 1.908.
[24]Ibídem; 10 de enero de 1.908.
[25]Ibídem.
[26]Ibídem; 15 de enero de 1.908.
[27]Ibídem; 14 de julio de 1.908.
[28] Tanto el cementerio como la sinagoga fueron los primeros instalados en territorio provincial.
[29]Tenti de Laitán, María Mercedes, “La agricultura en Santiago del Estero, antes y después del ferrocarril”, en Todo es Historia, Nº 283, enero 1.991; Pág. 54.

LA NUEVA HISTORIA









Por María Mercedes Tenti


Lo primordial en el oficio del historiador es la necesidad cada vez más acuciante, de ayudar a construir la memoria, frente a las aceleradas transformaciones que sufre la humanidad. Todos somos conscientes de que ya no basta con ir a los archivos oficiales en busca de datos para escribir lo acontecido; allí se resguarda sólo una ínfima parte de lo sucedido.
El universo del historiador se ha expandido vertiginosamente. La historia nacional, predominante en el siglo XIX, ha de competir ahora con la historia mundial y la local. La historia social se independizó de la económica para acabar fragmentándose en demografía histórica, historia del trabajo, historia rural, historia urbana, etc. La historia económica no sólo alcanzó perfiles propios sino que se desdibujan las fronteras entre historia económica y administrativa, por ejemplo.
La historia política también se ha modificado. Los historiadores ya no están interesado solamente en los centros de gobierno, sino que les preocupa también la política de los hombres y las mujeres de la calle.
La expresión ¨nueva historia¨ surgió en Francia por el nombre de una colección de ensayos dirigida por Jacques Le Goff, emparentada con la escuela de los Annales. La nueva historia es una historia escrita como reacción al paradigma tradicional, según el concepto de Thomas Kuhn, es decir en contra de la escuela rankeana, concebida por el historiador alemán Leopoldo von Ranke en el siglo XIX.
Según el paradigma tradicional el objeto de la historia es la política, en particular el Estado nacional e internacional. Los historiadores piensan la historia como una narración de acontecimientos, con una mirada desde arriba, centrada en las grandes hazañas de los grandes hombres. Para este paradigma la historia debe basarse en documentos, especialmente en los oficiales procedentes de los gobiernos y conservados en archivos. Para interpretar los principales hechos hay que centrarse en acciones individuales. Un ejemplo claro de ello es la explicación de Collingwood cuando afirmaba : ¨cuando un historiador preguna ¿Por qué Bruto apuñaló a César?, quiere decir ¿En qué pensaba Bruto para decidirse a apuñalar a César?¨ Y finalmente de acuerdo con el paradigma tradicional la historia es objetiva. La tarea del historiador es ofrecer al lector los hechos, ¨como ocurrieron realmente¨.
En contrapartida a estos postulados, la nueva historia se interesa por cualquier actividad humana, ¨todo tiene una historia¨, de ahí la ¨historia total¨ tan cara a la escuela de los Annales. Como consecuencia, en los últimos treinta años los historiadores han comenzado a preocuparse por temas como la niñez, la muerte, la locura, el clima, los gustos, la suciedad y la limpieza, la feminidad, el habla y hasta el silencio. Aquello que se consideraba inmutable, se ve ahora como una ¨construcción cultural¨ sometida a variaciones en el tiempo y en el espacio. El fundamento filosófico de la nueva historia es la idea de que la realidad está social o culturalmente construida.
La nueva historia se desinteresa por la historia de los acontecimientos, se dedica más al análisis de estructuras, como Fernand Braudel en su obra El Mediterráneo, lo que verdaderamente importa son los cambios económicos y sociales a largo plazo. También interesa la ¨historia desde abajo¨, es decir, construida por las opiniones de la gente corriente y su experiencia en el cambio social. Así cobra cada vez más importancia la historia de la cultura popular, de las mentalidades colectivas, etc.
Con respecto a las fuentes, a la nueva Historia le resultan insuficientes los registros oficiales, de allí que recurra a otro tipo de fuentes como las orales o las estadísticas, a la par que se interesa tanto por las acciones individuales como por los movimientos colectivos. Finalmente respecto a la objetividad de la historiografía positivista, se enfrenta el relativismo cultural que se aplica, obviamente, tanto a la historiografía misma como a los que se denominan sus objetos (su objeto de estudio). Percibimos el mundo sólo a través de una red de convenciones, esquemas y estereotipos que varían de una cultura a otra. Todo esto nos obliga a los historiadores a trabajar interdisciplinariamente, en el sentido de aprender de la antropología social, de la economía, de la crítica literaria, de la psicología social, de la sociología, etc. y a colaborar con quienes trabajan en estas disciplinas.
El movimiento a favor del cambio ha nacido de la convicción de lo inadecuado del paradigma tradicional, por ejemplo la descolonización y los movimientos feministas han tenido un fuerte impacto en la historiografía, y hoy surgen nuevos movimientos como el ecologista, que plantean un nuevo enfoque de la historia. De allí que no es desatinado hablar de la crisis del paradigma historiográfico tradicional. Sin embargo el nuevo paradigma también aborda problemas de fuentes, de método y de exposición, en especial porque los historiadores nos estamos introduciendo en territorios, a veces desconocidos. Por ejemplo: la historia universal ha sido vista por los occidentales del norte, como el estudio de las relaciones entre Occidente y el resto del mundo, ignorando las interacciones entre Asia y África, Asia y Latino América, etc.; o la historia desde abajo fue concebida por la inversión de la historia desde arriba, es decir poniendo la cultura ¨baja¨, en el lugar de la ¨alta¨.
Sin embargo los investigadores han demostrado que el problema va más allá. Por ejemplo, si la cultura popular es la cultura del pueblo, quién es el pueblo. ¿Lo son todos, los pobres, las clases inferiores?, como solía llamarlas Antonio Gramsci; ¿son los analfabetos, las personas sin educación?; ¿la gente corriente carece de educación, o tiene una educación diferente, una cultura distinta a las de las elites? La expresión ¨historia desde abajo¨ va más allá. Por ejemplo: ¿la historia política desde abajo debe tener en cuenta las opiniones de la gente corriente, la política local?; ¿la historia de la iglesia desde abajo, es la vista desde la perspectiva de los laicos sin interesar su rango social?; ¿la historia de la educación desde abajo tendría que olvidarse de los ministros y teóricos de la educación y centrarse desde el punto de vista de los estudiantes?
También la historia de la vida cotidiana, rechazada hasta no hace mucho por insignificante, ha tomado importancia. Surge el interés por abordar el mundo de la vida diaria, en el sentido de mostrar que el comportamiento o valores dados por supuesto en una sociedad se descartan en otra como evidentemente absurdos. Sin dudas el concepto de vida cotidiana varía y tiene muchas acepciones que van desde la vida privada hasta el mundo de la gente común. Por ejemplo los visitantes forasteros advierten en la vida de toda sociedad ritos cotidianos (formas de comer, de saludarse, etc.), que los habitantes locales no logran percibir en absoluto como rituales. El reto planteado al historiador social es mostrar cómo el relacionar la vida cotidiana con los grandes sucesos (como la revolución francesa, o las guerras de la independencia argentina), o con tendencias a largo plazo (como el nacimiento del capitalismo, la conformación del populismo latinoamericano), forma parte de la historia. El sociólogo Max Weber acuñó el término ¨rutinización¨ ( o podría ser cotidianización). De allí, que uno de los focos de atención de los historiadores sociales podría ser el proceso de interacción entre acontecimientos y tendencias de gran importancia por un lado, y estructuras de la vida cotidiana por otro.
Los mayores problemas de los nuevos historiadores son las fuentes y los métodos. Para complementar los documentos oficiales se debe releerlos de una manera nueva, recurrir a otras fuentes como la historia oral, apelar a los registros judiciales por ejemplo para rescatar aspectos de la cultura popular en los interrogatorios de sospechosos. Sin embargo, estos nuevos métodos también tienen sus dificultades ya que se trata de reconstruir las ideas ordinarias partiendo de sucesos que fueron extraordinarios para sus protagonistas (como un crimen, por ejemplo), es por lo tanto necesario leer los documentos entre líneas.
Es justo admitir que investigar a los socialmente invisibles como las mujeres trabajadoras, los ancianos, los indigentes, o escuchar a quienes no se expresan (la mayoría silenciosa, los muertos), es algo que implica riesgos, pero que son necesarios correrlos en pro de la historia total. Además de la historia oral se puede recurrir a registros audiovisuales (fotografías, videos, cine, etc.), que también ponen en el tape el tema de la objetivación o no de la realidad a través de estos medios. Los fotógrafos, como los historiadores, no ofrecen un reflejo de la realidad sino representaciones de la misma.
El territorio tradicional de los arqueólogos es la cultura material de épocas carentes de documentos escritos. Sin embargo en la actualidad han dejado el campo de la prehistoria y han comenzado a estudiar la Edad Media, la primera revolución industrial, y hasta la sociedad de consumo. Los historiadores comenzamos también a prestar más atención en los objetos físicos. Algo similar sucede con las fuentes literarias.
Una de las más importantes innovaciones metodológicas es la aplicación de los métodos cuantitativos a la historia, denominados a veces satíricamente Cliometría, es decir las medidas de la diosa de la historia. Este enfoque es muy aceptado por los historiadores de la economía y los demógrafos históricos. También se puede aplicar en la historia política, por ejemplo teniendo en cuenta la cantidad de votos en las elecciones, o en la ¨historia serial¨, nacida en Francia y denominada así porque sus datos se disponen en series cronológicas (por ejemplo estudio de los precios, de la población, etc.). La estadística, ayudada por ordenadores, permite realizar infinidad de estudios desde otra óptica, como la historia de la Inquisición explorada desde métodos cuantitativos con ¨bancos de datos¨, etc.
Todo lo expuesto lleva a repensar la explicación de la historia, ya que las tendencias culturales y sociales no pueden analizarse de la misma forma que los acontecimientos políticos. Hasta no hace muchos los historiadores de la economía y de la sociedad se sentían atraídos por modelos de explicación histórica más o menos deterministas. Hoy, historiadores como Giovanni Levi delinean modelos desde la micro historia y hacen hincapié en la libertad de elección de la gente corriente, en sus estrategias, etc.
Otra perspectiva de análisis es la psicología histórica, o psicología colectiva, que es de importancia para vincular las explicaciones sobre lo individual y lo colectivo, o lo consciente y lo inconsciente. Al intentar evitar la hipótesis de que las personas del pasado pensaban y sentían lo mismo que nosotros, existe el peligro de caer en el extremo contrario de ¨desfamiliarizar¨ tanto el pasado, que resulte ininteligible. Una posible forma de eludir esta dificultad es utilizar la noción de ¨hábito¨ de un determinado grupo social expuesta por el sociólogo Pierre Bourdieu. A diferencia del concepto de ¨regla,¨, el hábito posee la ventaja de permitir a quien lo utiliza reconocer el ámbito de la libertad individual dentro de ciertos límites impuestos por la cultura.
Aunque la expansión del campo de los historiadores y el diálogo con otras disciplinas es bien recibido, se corre el riesgo de la fragmentación de la historia. Así por ejemplo los historiadores de la economía pueden hablar en el lenguaje de los economistas y los historiadores sociales en el de la sociología, pero a veces resulta difícil a los historiadores hablar entre sí. Por ello hay que tratar de buscar la síntesis, el centro. Así los historiadores de la cultura popular se interesan por analizar las relaciones entre lo alto y lo bajo, o los historiadores de las mujeres extienden su interés en las relaciones de los sexos en general.
Quizás lo más importante sea la eliminación final de la vieja oposición entre historiadores políticos y no políticos, o historiadores del pasado o historiadores del tiempo presente. De pronto descubrimos un interés por el componente social en la política y por los elementos políticos en la sociedad, ambos con implicancia hasta el presente. También sociedad y cultura se consideran ahora terreno de juego de las tomas de decisión, y los historiadores debaten temas como la política de la familia, la política del lenguaje, etc.
Todavía estamos lejos de la ¨historia total¨ preconizada por Braudel, pero creo que estamos en la búsqueda de conseguirla.

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